‘‘Perfume de Violetas’’… nadie te oye.

‘‘Las grandes ciudades modernas: Nueva York, Paris, Londres, esconden tras sus magníficos edificios hogares de miseria que albergan niños mal nutridos, sin higiene, sin escuela, semillero de futuros delincuentes. La sociedad trata de corregir este mal, pero el éxito de sus esfuerzos es muy limitado, sólo en un futuro próximo podrán ser reivindicados los derechos del niño y del adolescente para que sean útiles a la sociedad. México, la gran ciudad moderna, no es la excepción a esta regla universal, por eso esta película basada en hechos de la vida real NO ES OPTIMISTA y deja la solución del problema a las fuerzas progresivas de la sociedad’’ – narra la voz de Ernesto Alonso al inicio de ‘‘Los Olvidados’’ (1950) de Luis Buñuel para relatar la historia de esas juventudes segregadas en contextos marginados que son absorbidos en una vorágine de violencia de la que tienen de pocas a nulas esperanzas de salir por más que lo pretendan. Ese futuro próximo seguramente ya se visualizaba alcanzado para el 2001; sin embargo, la directora Maryse Sistach llegó con su ‘‘Perfume de Violetas’’ para demostrar que el optimismo seguía sin llegar y que de poco a nada había cambiado.

La historia se enfoca en dos chicas de secundaria: Yessica y Miriam, interpretadas respectivamente por las debutantes Ximena Ayala y Nancy Gutiérrez. Desde una apariencia simplista podrían describirse como la ‘‘niña mala’’ y la ‘‘niña buena’’, como simbólicamente podría verse en una tina: una recatada en espuma y la otra desinhibida, pero la historia es mucho más compleja que eso y nos deja ver lo parecidas que dos fichas aparentemente distintas pueden resultar. Desde un inicio se nos presenta a sus entornos familiares y cómo estos impactan en su quéhacer adolescente, tanto en la escuela como en lo social, durante esa bella y tortuosa etapa en la que se enfrentan con los cambios de niña a mujer: maquillaje, menstruación y atracción física, pero también a los peligros que se viven ante estos cambios en contextos hostiles y violentos particularmente si se es mujer.

 

Miriam, una chica aplicada y tranquila, mantiene una relación cercana con su madre (Arcelia Ramírez), quien tiene que trabajar todo el día en una zapatería para solventar los gastos del hogar y darse uno que otro lujito. A pesar del poco tiempo que pasan juntas, la relación es amorosa e incluso se perciben tintes de amistad en su forma de comunicarse, lo cual fomenta una dinámica relativamente funcional y mucho más evidente al trastocar.

 

Por otro lado, Yessica se presenta como una chica rebelde proveniente de un hogar turbulento en el que tiene que lidiar con un hermanastro acosador (Luis Fernando Peña), quien se libra de las repercusiones por el sólo hecho de ser hombre y que representa una constante amenaza. La relación con su madre (María Rojo) es ambivalente ya que, aunque esta llega a demostrar iniciativa por tener cercanía con su hija, la agresividad, los insultos y la preferencia por el marido siempre terminan ganando. Yessica es responsable del cuidado de sus hermanastros menores, con quienes deja salir ese lado cariñoso y protector que ella -podría apostar- añora, y en donde deja ver sus posibles buenas intenciones que son corrompidas una y otra vez por el machismo y la hostilidad que la rodean, casi como un símil del Pedro que nos presentaría Buñuel en 1950.

 

Tanto Yessica como Miriam van a la misma secundaria. Ambas carecen de una figura paterna a pesar de que una de ellas tiene un padrastro que significa más desprotección que refugio en el hogar. Las dos tienen un techo bajo el cual dormir, aunque una de ellas al menos puede costearse un perfume de violetas que la otra tiene que robar. Lejos de repelerse, inmediatamente se complementan a tal nivel en que una le permite ver a la otra un mundo que no conoce: Yessica comienza a mejorar sus calificaciones mientras que Miriam, a ojos de los demás, empieza a ser corrompida por la ‘‘niña problema’’.

Esa imagen del ciego Don Carmelo interpretado por Miguel Inclán levantando la falda y acariciando la pierna de una muy niña Alma Delia Fuentes es llevado al lamentable extremo en este perfume al retratar el abuso sexual del que estas niñas son víctimas y del que -con toda la impotencia del mundo escribo esto- se tienen que levantar, sacudirse las rodillas, y seguir con sus vidas ante la desesperanza que representa una denuncia y las represalias que aún más grotescamente provienen de sus núcleos más próximos.

 

‘‘A veces deberíamos castigarlos a ustedes por lo que hacen con sus hijos, no les dan cariño ni calor y ellos lo buscan donde pueden […] Parece que usted no quiere a su hijo’’ – le cuestiona el director de la escuela granja a Stella Inda ante el presunto robo de un cuchillo por parte de su hijo, a lo que ella tajantemente, estoica, responde: ‘‘Harto tengo con andar todo el día lavando ajeno pa’que puédamos comer […] ¿Por qué lo voy a querer? No conocí a su padre. Yo era una escuincla y ni pude defenderme’’, dejando al descubierto estos ciclos de abuso, particularmente a mujeres, que desencadenan relaciones parentales desligadas y carentes de calidez que el contexto social únicamente perpetúa al ni siquiera permitirles nutrir los vínculos emocionales con sus hijos por tener que nutrirles la panza, como en el caso de Yessica, quien tiene que convertirse en adulta al cuidar de sus hermanos para que su madre salga a trabajar y proveer al hogar.

Sistach no tiene empacho en retratar las tripas de ese México que muchas veces queremos pasar por alto de una manera cruda y voraz, sin estilizaciones innecesarias, que perturba al espectador con secuencias cuyos emplazamientos de cámara y musicalización podrían convertir a esta película en la prima mexicana de ‘‘Requiem for a Dream’’ de Darren Aronofsky, como podemos ver en esa escena que grita ‘‘¡Jessica no se baña!’’ -no diré más- debido a estos ciclos de fatalidad urbanos en donde los mundos narrativos de estas personas, en ficción y en realidad, son un círculo vicioso sustentado en una normalización de la indiferencia del que no pueden escapar y más que antagonistas, son víctimas de sus propias circunstancias y parecen estar condenadas a perpetuarlas.

 

La película tocó fibras sensibles cimbrando al público en su época y lo sigue haciendo hasta la fecha al ritmo de las Ultrasónicas, por lo que se convirtió en la opción para representar a México en los Premios Oscar de ese año a pesar de no lograr colarse a las nominadas. Lo que sí logró obtener fue el reconocimiento del Premio Ariel haciéndose acreedora de 5 galardones: Mejor Actriz para Ximena Ayala, Mejor Coactuación Femenina para Arcelia Ramírez, Mejor Guion Original, Mejor Diseño de Arte y Mejor Vestuario. Asimismo, ‘‘Perfume…’’ significó el inicio de la llamada ‘‘Trilogía de la Crueldad’’ de la propia Maryse Sistach que continuó con las historias de agresiones contra la mujer en sectores marginados de las urbes mexicanas.

 

51 años habían transcurrido y ‘‘El Jaibo’’ seguía tan presente como antes, ya sea con el nombre de ‘‘El Topi’’ o como lo que esa figura en cuerpo del grandísimo Roberto Cobo verdaderamente significaba: un contexto social pesimista del que las fuerzas progresivas de la sociedad se seguían olvidando. Ahora son 73 años y ese futuro próximo del que hablaban Buñuel y Alcoriza en voz de Ernesto Alonso en 1950, sigue sin llegar.

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