‘‘BABYLON’’, la película que muestra mucho y no cuenta tanto.

Cuando se tiende a describir a una película como «pretenciosa», dicha descripción suele tener una connotación negativa en función de las aspiraciones que una película busca alcanzar a simple vista. No creo que tener aspiraciones esté mal ni mucho menos, me parece que es parte esencial de la realización de cualquier sujeto, objeto o proyecto; sin embargo, particularmente, considero «pretencioso» un producto cuando la conquista de esas aspiraciones, regularmente muy cacareadas o restregadas en la cara de un espectador desde su secuencia inicial, se queda en el camino y entonces no se logra todo lo que se te promete con bombo y platillo, y creo que eso es lo que pasa con ‘‘Babylon’’, quinto largometraje del director ganador del Oscar Damien Chazelle.

‘‘Todas las artes aspiran a la música’’, dice Jack Conrad (Brad Pitt) mientras está en el set de filmación de una de sus más de 80 películas que enfrentan la transición del cine silente a las famosas «talkies», las películas sonoras que encumbraron a muchos actores y actrices, pero que también terminaron con la carrera de muchas estrellas de lo que era el inicio de la Edad Dorada de Hollywood. Este diálogo refleja no sólo el estilo ya autoral que Chazelle ha establecido a lo largo de su filmografía con películas como ‘‘Whiplash’’ (2014) y ‘‘La La Land’’ (2016), sino la prioridad de esta nueva película en la que se muestra más preocupado por un montaje frenéticamente rítmico de imágenes bellas -que siendo franca, tampoco resultan tan trascendentales-, que por la cohesión de una historia que, a lo largo de 3 horas, tan sólo da vistazos de profundidad por aquí y por allá, dejando el abordaje de un tema tan interesante como el lado oscuro de las estrellas de cine viviendo los excesos en la fría superficie en la que el exceso es de fastuosidad y parafernalia visual.

 

Lo que pretende ser una más de estas llamadas ‘‘cartas de amor al cine’’, tan en boga en los últimos años y dejado en evidencia en uno de los montajes hacia el final de la película, por supuesto que demuestra nuevamente una virtud técnica innegable por parte de su director y el equipo que lo rodea, pero también deja ver a un Chazelle engolosinado con el glamour visual que apela a una contraparte que recae en un humor burdo, recurriendo a lo básico que es lo escatológico, y un intento de sordidez bastante ‘‘fresa’’ dentro de una ambientación que en los intertítulos te lleva de 1926 a 1952, pero que en el lenguaje de los actores se escucha el 2022. Irónicamente los actores llegan a tumbar la ilusión al momento de hablar, ¡vaya metaficción involuntaria!.

El amor al cine es representado a través de sus tres personajes principales: Nellie LaRoy, ‘‘la niña salvaje’’ interpretada por Margot Robbie y su impecable manejo del melodrama gracias a las telenovelas australianas en las que inició; el ya mencionado Jack Conrad interpretado por un Brad Pitt que sólo fue a juguetear al set en un trabajo más, pero que está más que convincente en la piel de este actor estrella que lucha por mejorar la calidad del cine de ese entonces a través de una revolución creativa aunque esta ya no lo incluya a él; y el corazón de la película que tiene nombre y apellido: Diego Calva como Manny Torres, un joven migrante mexicano que busca adentrarse al mundo de las películas, desde llevar café a ser ejecutivo de producción, y que se adueña de la película completa como el justo protagonista que es. Por medio de sus primeros planos, tan llenos de contemplación y genuino amor por lo que ve, hasta una escena final llena de auténtica conmoción en la que ese corazón palpita fuerte, es imposible que el actor mexicano no conmueva a los espectadores, principalmente a los que también encontramos en el cine un refugio de vida en el que depositamos todo nuestro amor y nuestras lágrimas.

Diego, en conjunto con el buen trabajo del actor Jovan Adepo tras la trompeta de Sydney Palmer, curiosamente también responden a otra escena de Conrad en la película, quien busca actores que no sean precisamente estrellas con el fin de ahorrar dinero, pero también por el hambre de pertenencia que demuestran al momento del claquetazo y que cada vez se opaca más en las estrellas.

 

‘‘Babylon’’, la que pretendía ser una especie de ‘‘hija rebelde’’ de ‘‘Singin’ in the Rain’’, tenía las 3 horas, el montaje frenético, los elementos actorales y la combinación de glamour y desenfreno que responden perfecto a lo que las estrellas más brillantes de Hollywood habrán vivido en su época, pero esta carta de amor al cine se queda en un borrador. La película ya está en cines.

 

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