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Réquiem por un sueño (2000): La degradación de la naturaleza humana.

Un réquiem es una composición musical que se interpreta en honor del descanso de las almas de los muertos, un ruego por los espíritus de los difuntos, presentado durante el entierro del cuerpo o en alguna ceremonia de conmemoración. En Réquiem por un sueño (2000) del director Darren Aronofsky, ninguno de los cuatro personajes principales muere, sin embargo, sus destinos son peores que la muerte; el réquiem tiene que ver directamente con la aniquilación de sus deseos e ilusiones. Al inicio del filme, los sueños de cada personaje van brotando para paulatinamente, irse difuminando en una vorágine de soledad y adicción.

Las adicciones les roban la libertad de elegir. En las drogas se busca un escape al dolor y la frustración, un falso bálsamo que irá requiriendo más cantidad para poder sanarlos. Réquiem por un sueño es la crónica de almas solitarias que se quiebran por la ambición y la búsqueda de resultados rápidos y sencillos. La película se divide en tres episodios: verano, otoño e invierno, tres estaciones que recrudecen la trama conforme avanza, hasta los tremendos 20 minutos finales que se vuelven insoportables. Para los personajes no hay esperanza, el tiempo se les agota antes de alcanzar la primavera, cargando con sus anhelos rotos.

Harry Goldfarb (Jared Leto) y Tyrone C. Love (Marlon Wayans) son los mejores amigos, un par de junkies sin futuro que sueñan con abrirse paso vendiendo droga, haciendo dinero rápido. Sara Goldfarb (Ellen Burstyn) es la mamá de Harry, una mujer mayor adicta al azúcar y la televisión que un día es invitada para asistir a un show de tv, que se convierte en su obsesión. Marion Silver (Jennifer Connelly) es la hermosa novia de Harry, una joven de buena posición económica pero carente de la atención de sus padres, lo que la lleva a buscar refugio en las sustancias ilícitas, mientras intenta abrir una tienda de ropa, con sus diseños de modas.

Darren Aronofsky divide la pantalla eventualmente desde el arranque para reforzar la distancia emocional de los personajes principales. En la secuencia inicial, Harry entra a casa de su madre por el televisor para empeñarlo y poder comprar más droga. Sara, muy asustada, se encierra en su habitación dejando encadenado el aparato, aunque termina cediendo ante los reproches de su hijo y le arroja la llave del candado. Mientras Harry sale victorioso con la tv para reunirse con Tyrone, la triste mujer se consuela a sí misma diciendo: “Todo saldrá bien, al final todo estará bien”. El título sobre negros de Réquiem por un sueño cae violento sobre el plano, rompiendo toda posibilidad de esperanza, mientras suena discretamente el tema Lux Aeterna, leitmotiv de la trama que emergerá en los momentos más crudos. Desde aquí se anuncia lo que vendrá, un preludio a la tragedia y el horror del descenso a la adicción.

Harry y Tyrone arrastran la televisión por las calles de Brighton Beach, Brooklyn, exhibiendo una falsa felicidad que se agotará muy pronto, con el siguiente pinchazo. Sara acude más tarde a rescatar su televisor, al tiempo que come un helado. Aronofsky es hábil, dando información sutil pero contundente de cada personaje: sabremos que la viuda Sara es adicta al azúcar y que no es la primera vez que saca sus cosas del empeño, debido a las acciones de su hijo. Marion aparece por primera vez al centro de un encuadre rebosante de césped verde, el ángulo picado la muestra con una mirada inocente, llena de juventud y esperanza, observando la altura de unos edificios de departamentos. Harry y ella suben a la azotea y hablan de sus sueños, de lo que quieren y esperan de la vida, pero no pretenden esforzarse, intuyen que pueden conseguir sus objetivos por un camino más corto, menos exigente.

Todas estas ilusiones in crescendo, se van dando durante el verano; Sara es invitada para acudir a su programa favorito de tv, por lo que se obsesiona por usar un vestido rojo que le recuerda tiempos mejores, llenos de juventud y un futuro prometedor. Las dietas no funcionan y Sara sufre alucinaciones debido a su ansiedad por la falta de azúcar; igualmente, buscando el camino rápido, decide acudir a un doctor dudoso que le recetará anfetaminas para bajar de peso. Mientras, Darren Aronofsky vuelve a dividir la pantalla para mostrar a Harry y Marion decirse lo mucho que se aman y el ansia por un mundo juntos. Hay varios planos detalle y fundido a blancos que refuerzan la idea de esperanza.

Más adelante, Harry alucina a Marion en un muelle que parece salido de un cuadro de David Hockney, pero su encuentro se ve interrumpido por Tyrone, quien llega con la droga nueva para empezar su negocio; los amigos deciden probar la mercancía. Tyrone tiene una regresión a su infancia, donde ve a su madre decirle que todo estará bien, por lo que la visión refleja el miedo que el joven tiene al fracaso y a la pérdida de seguridad. Todo parece ir bien en la venta de droga para Harry y Tyrone, hasta el violento final del capítulo donde una masacre de narcotraficantes les recuerda la cruda realidad de la que son parte, salpicando de sangre la cara de Tyrone, quien es arrestado.

El otoño comienza con Harry pagando la fianza de su amigo, lo que los hace perder gran parte de los ingresos que habían obtenido. Las cosas comienzan a salir mal. Sara visita a su médico pues las anfetaminas comienza a causarle estragos: de la alegría y la euforia, pasa a vivir en un entorno pesadillesco que quiere devorarla. Marion se acuesta con su terapeuta por dinero, para que Harry y Tyrone vuelvan a invertir en droga y la situación se restructure.

El departamento de Marion es el reflejo de ella misma, un lugar a medias que no termina de ser lo que podría ser: es el recinto del caos, donde comenzará el síndrome de abstinencia, los reproches, los celos y las malas decisiones. En un momento de tétrica poesía, Harry le escribe a Marion el número de Big Tim (Keith David), un hombre que solo entrega droga a cambio de sexo, en la parte posterior de la foto donde aparecen Mario y Harry, felices, ante el local de la tienda que pensaban abrir. Ante un terrorífico refrigerador que la atormenta y las alucinaciones de un programa de televisión que invade su casa, Sara sale corriendo a las calles, enfundada en el vestido rojo, rumbo al estudio de TV.

El invierno es el auténtico descenso a los infiernos de la adicción y la soledad. Harry y Tyrone, a consejo de su amigo Ángel (que en realidad podría ser un demonio), emprenden el viaje a Florida para intentar conseguir droga. Pero todo se pone peor. Harry tiene el brazo podrido y aun así, se inyecta heroína; Tyrone es arrestado y Marion vuelve con Big Tim para una sórdida fiesta de sexo, donde una masa de hombres trajeados le arroja billetes para ejecutar actos sexuales extremos junto a otra mujer. Cada personaje experimenta su propio infierno, pero el común denominador es la profunda soledad que los invade. Sara recibe una terapia de electroshock que termina por alejarla de la realidad, Harry pierde un brazo, Tyrone su libertad y Marion se entrega a la perdición, haciendo lo que sea necesario por satisfacer su adicción, dando algo tan valioso como su cuerpo, por algo tan insignificante como el dinero o la droga.

La célebre secuencia donde cada personaje se coloca en posición fetal, filmada desde un plano cenital, expone de forma triste, el destino que los hunde en el desamparo. Marion está feliz con la droga conseguida, sobre sus diseños, ahora inútiles; Tyrone busca seguridad en la posición fetal, mientras se alcanza a ver debajo una foto de él con su madre, los tiempos que no volverán; Sara se recuesta sobre el resplandor de los focos de su amado show de televisión y Harry llora sobre el blanco impoluto de sus sábanas, con una amputación que le recordará para siempre los estragos de su adicción. En Réquiem por un sueño, se trata de la muerte de los sueños a causa de la búsqueda de un mejor status social y el erróneo manejo de los vicios, que vuelven monstruos a los personajes, verdugos de su propia existencia.

El final de la película es feliz, aunque solo sucede dentro de la mente de Sara: la mujer está dentro del programa y le anuncian que Harry está ahí, con planes de casarse y un trabajo exitoso. Madre e hijo se funden en un abrazo ante los aplausos y gritos del público. Es justamente el sueño anhelado de Sara, y es ahí también donde muere ese sueño. El plano final con un abrazo que no existe en la diégesis del filme, solo en la realidad alterna de una mente trastornada por la soledad y las drogas. La falsa felicidad correspondiente a la capacidad del ser humano para destruirse a sí mismo, desde adentro. La lenta disolvencia a negros mientras sigue sonando Lux Æterna de Clint Mansell, acompaña a los créditos finales. Al final, lo que alcanza a escucharse es la placidez de una playa, la tranquilidad del mar y las gaviotas que sobrevuelan. Para Marion, Tyrone, Harry y Sara no hay un atisbo de esperanza, la fatalidad de sus acciones no les permite llegar a la primavera, a la luz. Para aniquilarse no necesitaron de nadie más que de ellos mismos.

El autor de la novela, Hubert Selby Jr., siempre tuvo la intención de adaptar su historia al cine, incluso había escrito un guion años antes de que Darren Aronofsky y el productor Eric Watson compraran los derechos del libro. Luego de dificultades para conseguir financiamiento, Selby y Aronofsky escribieron juntos el guion, buscando trasladar el ritmo frenético del consumo de drogas descrito en la novela, a la pantalla grande. Y aquí es donde el montaje del gran Jay Rabinowitz adquiere proporciones épicas; la pirotecnia visual, con cerca de 2000 cortes en la edición, crea una sensación de trance con repeticiones y ruidos que forman una atmósfera inquietante. Se trata de un montaje al estilo de la música hip-hop, que muestra en rápidos planos la forma en la que los estupefacientes entran al cuerpo y las pupilas se dilatan; la multinarrativa de las cuatro historias que se alternan, se robustece de tensión en la medida que los personajes van decayendo cada vez más rápido.  Un filme tradicional consta de entre 600 a 700 cortes, Réquiem por un sueño con sus más de 2000 se vuelve toda una proeza técnica, que refuerza el lenguaje cinematográfico, buscando transmitir al espectador la angustia insoportable. El norteamericano Jay Rabinowitz era un colaborador habitual de Jim Jarmusch y más tarde trabajará con Terrence Malick en The Tree of Life (2011), ganadora de la Palma de Oro.

Binomio constante, Darren Aronofsky y el cinefotógrafo Matthew Libatique han trabajado juntos en 7 de los 8 largometrajes del cineasta (la excepción es El luchador (2008), fotografiada por Maryse Alberti), apropiándose de un universo perturbador propio. En Réquiem por un sueño el uso de la Snorricam se vuelve inolvidable: Aronofsky le cuelga una cámara al cuerpo a sus actores para crear una tercera persona subjetiva con sensación de vértigo, donde el personaje permanece quieto, con la cámara muy cerca del rostro, mientras todo el entorno se mueve alrededor. La Snorricam aquí transmite la culpa, los miedos y la angustia de almas degradantes en caída libre.

Filmada entre los meses de abril y junio de 1999 en el barrio de Brooklyn, Nueva York, Réquiem por un sueño se estreno fuera de competencia en el Festival de Cannes del año 2000, llegando a salas norteamericanas el 6 de octubre del mismo año, siendo un fracaso en taquilla pero un éxito con la crítica. La película consiguió nominaciones para Ellen Burstyn como mejor actriz en los premios Oscar, los Globos de Oro y los SAG, llevándose preseas en los Independent Spirit Awards, los Satellite Awards y la Asociación de Críticos de Chicago y Boston. La revista Empire en su encuesta de 2008 sobre las mejores películas de todos los tiempos, colocó el segundo largometraje de Aronofsky en el lugar 238, además de estar dentro de los 250 filmes mejor evaluados por los usuarios de Internet Movie Database.

La fusión de la fotografía realista, el poderoso montaje, las actuaciones memorables y la dirección precisa, se ve aderezada con la música compuesta por Clint Mansell e interpretada por el cuarteto de cuerdas Kronos Quartet, que consiguen una banda sonora icónica e inconfundible, temas que van marcando la esperanza y decadencia de los personajes con cada acorde. La atmósfera tétrica, que acerca mucho más a Réquiem por un sueño a un filme de horror urbano que a un drama crudo, es causada por temas tan estremecedores como The Beginning of the End, Meltdown y por supuesto la ya mencionada Lux Aeterna, repetitiva sinfonía que acompaña la agonía.

Las influencias cinematográficas del director Aronofsky van del cine de Roman Polanski, Alejandro Jodorowsky, David Lynch, hasta el trabajo de Jim Jarmusch y el artista japonés Satoshi Kon, de quien no duda tomar un par de planos para Réquiem por un sueño en homenaje a Perfect Blue (1997): se trata de un plano cenital de Jennifer Conelly dentro de la bañera y un primer plano del rostro de la actriz debajo del agua gritando, dos destellos desesperantes del personaje de Marion. Se hace poesía con la tristeza de la secuencia, la máxima soledad vuelta terror.

Darren Aronofsky venía de su expresionista debut Pi, el orden del caos (1998) cuando llega a Réquiem por un sueño, probablemente una de las mejores películas sobre drogas en la historia del cine. Después vendría ese descalabro llamado La fuente de la vida (2006), el León de oro en el Festival de Venecia para El luchador y el Oscar para Natalie Portman en Black Swan (2010). Seguirían la bíblica incomprendida Noé (2014), la locura escalofriante de Mother! (2017) y el aplauso unánime para The Whale (2022), con Oscar incluido para Brendan Fraser.

Una filmografía reducida pero enérgica, en donde Réquiem por un sueño quedará siempre como un golpe a los sentidos; un filme difícil de observar, que muestra lo que nadie quiere ver: la degradación del ser humano por sí mismo. Una película que no solo toca a las drogas duras. Las adicciones están a la orden del día y de un variado menú: hay gente adicta a los celulares, al internet, a la pornografía, al ocio y a las relaciones tóxicas, por lo que a pesar de tener más de 20 años, el filme se vuelve perturbadoramente actual. Réquiem por un sueño tendría que ser exhibida en las escuelas como una advertencia sobre la cultura de las drogas y su capacidad destructora. Este ejercicio de Darren Aronofsky trasciende por la universalidad y el horror de sus temas: la soledad puede infectar a cualquiera y una adicción, no conoce diferencias sociales ni económicas. El ser humano, es perfectamente capaz y preciso de destrozarse a sí mismo.

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