La polémica generada hace unos años por la tercera película de Mel Gibson como director, “La Pasión de Cristo” (2004), no tuvo ni tiene que ver con lo que se cuenta en la cinta, pues es una historia bien conocida por todo el mundo. La verdadera problemática, radica en la forma en la que está plasmada en la pantalla.
Se trata pues de las últimas doce horas de vida de Jesucristo, desde que es aprehendido hasta su muerte en la cruz, todo narrado con una impresionante estética que se mezcla así misma entre la sangre y el dolor; una perspectiva gore que muestra sin ningún límite el sufrimiento y los jirones de carne arrancados del cuerpo de Cristo.
Mel Gibson, el mismo protagonista de películas tan eclécticas como la saga “Arma Mortal” (1987, 1989, 1992, 1998), “Mad Max” (1979), “El Patriota” (2000) o la ganadora del Oscar que también dirigió “Corazón Valiente” (1995), ha afirmado que su principal intención al filmar “La Pasión de Cristo” era ofrecer un retrato real de lo que fue aquello; una versión opuesta a las imágenes celestiales de libros y gráficos que siempre se han mostrado, en donde Cristo aparece sufriendo, pero con sólo una o dos gotas de sangre cruzando su frente.
Hablada totalmente en Arameo y Latín, como obra cinematográfica la cinta es impecable; bellamente fotografiada y ambientada; con soberbias actuaciones prácticamente silentes, lo que provoca que los ojos de cada uno de los actores, particularmente los personajes de la Virgen María y Jesús, sean los que verdaderamente hablen.
Con secuencias que le quitan el aliento a cualquiera, Gibson lleva de la mano al espectador al centro mismo del sufrimiento de Jesucristo, primero mostrando la brutalidad de la aprehensión y el juicio, para después ir a la impactante e interminable secuencia en donde Cristo es castigado mediante una infinidad de azotes; el público, gracias a la cercanía de la cámara del director, sufre junto con el protagonista, pidiendo que el castigo termine y con ello la sangrienta escena también.
En el vía crucis, que ocupa buena parte del film, el espectador ha entrado en un camino sin retorno, largo y áspero, lleno de azotes y dolor, pero también de recuerdos; qué maravillosa metáfora es esa en donde María corre para que su hijo sepa que está ahí, a un lado de él, mientras paralelamente, vemos una secuencia en donde la Virgen auxilia al pequeño Jesús al caer, muchos años antes, siendo todavía un niño.
Finalmente llega la crucifixión, con un Cristo bañado en sangre, con trozos de piel colgando de su cuerpo como nunca antes se había visto; con una corona de espinas encarnada en la frente y unos ojos de dolor que no dejan indiferente a nadie.
La inminente muerte se anuncia con el último aliento de Jesucristo y es justo ahí, cuando se presenta el verdadero clímax de la película, mismo que se extiende hasta la escena final, acompañada por una estridente y acertada banda sonora.
“La Pasión de Cristo” es mucho más que la polémica generada a su alrededor entre qué tan antisemita es o no; es mucho más que un despiadado borbotón de sangre saltando de la pantalla. Estamos ante una obra relevante, dueña de un impresionante lenguaje cinematográfico y de una inigualable cercanía con el protagonista, factores de los que carecen cintas como “El Mártir del Calvario” (1952), “El Manto Sagrado” (1953), “La historia más grande jamás contada” (1965) o la excelente pero muy diferente en cuanto a temática “La última tentación de Cristo” (1988) de Martin Scorsese.
La mayoría de las películas que usan sangre de forma abundante, son comedias de humor negro y cintas cuyas pretensiones no van más allá. La cinta de Gibson es demasiado real y profundamente seria, por ello es que resulta difícil digerirla.
El crítico de cine Stefan Halley comentó lo siguiente: “Después de la paliza que le pegaron, no es de sorprender que Jesús no haya regresado en más de dos mil años…”.
Ante el anuncio de una posible e inesperada secuela, a 17 años de su estreno «La Pasión de Cristo» merece una revisión minuciosa. Sus planos retan y provocan al espectador, pero también lo llevan, con una estética única, a uno de los momentos más polémicos y comentados en la historia de la humanidad.
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