Resulta complicado defender una cinta navideña tan vapuleada desde hace 25 años como “El regalo prometido” (1996) del director norteamericano Brian Levant, nominado incluso, a un premio Razzie al peor director de aquel año. Como simple vehículo de entretenimiento navideño, la película funciona justo en la medida de sus discretas intenciones de plasmar un mensaje esperanzador y divertir al público infantil.
Producida por Chris Columbus (en esa etapa pre-Harry Potter) y protagonizada por Arnold Schwarzenegger, Rita Wilson, Jake Lloyd (próximo Anakin Skywalker) y el cómico Sinbad como un odioso antagonista, el film describe básicamente la pesadilla de cualquier padre o madre: adquirir justo en la víspera de navidad, el juguete inconseguible, el éxito de ventas del año. En la diégesis que se nos presenta, un muñeco llamado “Turbo-man”.
Howard Langston (Schwarzenegger, dedicado un tiempo a hacer comedias, luego de ser mercenario y robot del futuro), es un hombre que pasa demasiado tiempo trabajando y descuida las actividades básicas de convivencia con su familia. Perderse la clase de karate de su hijo Jamie será sólo el inicio de una serie de acontecimientos cada vez más complicados, pero no por ello menos divertidos. Cuando Liz, su esposa, cuestiona a Howard sobre si compró el juguete que el niño desea para navidad, como se lo pidió meses antes, un brusco acercamiento de cámara al rostro del actor deja en claro algo: siempre hay alguien en la audiencia que olvida y deja para el último momento la compra de algún regalo. La empatía es inmediata.
Empezará entonces el viacrucis de Howard. Un descenso a los infiernos del consumismo norteamericano, con todos los lugares comunes posibles que asustan y encantan al mismo tiempo: los centros comerciales atiborrados, las ofertas increíbles, las filas interminables, la piratería, los santas de “Mall”, la psicosis colectiva de gente al borde del colapso por conseguir un juguete y un desfile navideño que será la apoteosis en la búsqueda intrínseca del protagonista.
Porque “El regalo prometido” lleva escondida una crítica insospechada al consumismo que pareciera enarbolar. Ver a la gente abalanzarse por entrar a una tienda y comprar, era algo que en los años noventa asustaba, pero sobresalta más que 25 años después, la sociedad no haya cambiado en lo más mínimo. Al contrario. El personaje de Schwarzenegger está en peligro de perder a su familia por su falta de interés y su adicción al trabajo, y mientras lo golpean en una alberca de pelotas, después de perseguir a una niña, sabe que está perdiendo tiempo importante. Momentos que podría estar disfrutando en casa, si tan sólo hubiera comprado el anhelado muñeco a tiempo.
En el transcurso de la locura navideña, Howard tendrá que establecer una alianza/competencia con Myron Larabee, un cartero despiadado que busca también a “Turbo-man” y quien funciona como detonante de un montón de secuencias hilarantes. Y es que se pueden reprochar las torpes actuaciones y las incongruencias del guion, pero no puede negarse como un film entretenido y divertido, elementos que se reflejaron en una taquilla que en su momento generó 129 millones de dólares en todo el mundo. Pocos lo notan, pero es una película que no envejece, de ahí que pueda ser colocada en la categoría de clásico navideño.
Brian Levant cumple como un director que no se mete en aprietos y entrega cine familiar entretenido. Punto. En 26 años, ha filmado sólo 17 películas, entre las que destacan “Beethoven” (1992), “Los Picapiedra” (1994) y “Scooby-Doo: La maldición del Monstruo del Lago” (2010), ejercicios cinematográficos con nulas aspiraciones artísticas que tienen como objetivo el simple esparcimiento, sobre todo, de los más pequeños espectadores.
No obstante, en “El regalo prometido” hay varias secuencias que esconden un humor menos infantil, como aquellas donde Ted, el vecino divorciado, constantemente busca conquistar a la mamá de Jamie, y esa maravilla que es un Howard haciéndose pasar por detective, luego de comprar un “Turbo-man” pirata a un montón de pillos en traje rojo. Robado, golpeado y harto, el protagonista llegará a casa sólo para intentar sustraer el muñeco del vecino, quien sí lo compró a tiempo.
El clímax del film es entrañable. Una explosión de color y música que encanta por la nostalgia de una época que se vivía mejor siendo niño, donde todo era posible. Durante el desfile navideño, la confusión y las circunstancias hacen que Howard se enfunde en el traje de “Turbo-man” y es sólo ahí, cuando Schwarzenegger se nota más cómodo. El espectador siente la misma alegría que el personaje principal cuando por fin puede levantar la ansiada figura de acción roja brillante.
El espléndido título en inglés “Jingle All the Way”, como siempre dice mucho más que la simplificación del deslucido nombre en español. La fusión de música y fotogramas de la película se presume vigente y amena. Aunque muchos la odien. Si “El regalo prometido” es una de esas películas navideñas que de tan mala resulta buena (de culto, dirían algunos), sólo el espectador podrá decidirlo. Pero quizá, sí estemos ante una de las mejores comedias de Schwarzenegger, quien años más tarde, llevaría el surrealismo al extremo convirtiéndose en Gobernador de California.
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