“Bienvenidos al circo de la miseria humana”

 

Adentrándose acertadísimamente a las entrañas del Cine Negro, Guillermo del Toro nos conduce por un espectáculo sobre el aprovechamiento de la vulnerabilidad ajena para satisfacer nuestra propia mezquindad en una película en la que sus monstruos son más humanos que nunca en “El Callejón de las Almas Perdidas”.

Es a través de la grandísima pericia de Guillermo del Toro y el ojo privilegiado de Dan Laustsen que la oscuridad del ser humano es vista a través del manejo de la luz en los rostros lúgubres de los personajes precisamente ocultos entre las sombras para plasmar visualmente su psicología. Una monstrificación de nosotros mismos que quizás tenemos desde que nacemos pero no sale a la luz.

Este recurso ya fue utilizado por la dupla Del Toro-Laustsen en “The Shape of Water” también para plasmar la dualidad psicológica de los personajes, específicamente en el personaje del Dr. Robert Hoffstetler/Dimitri, quien se mueve entre las sombras para descubrir su verdadera personalidad cuando físicamente se desplaza hacia a la luz.

Esto quizás exceptuando a una sola alma de este callejón: la Molly de Rooney Mara. Tal vez el único personaje que mantiene casi intacta su inocencia de inicio a fin manifestada en el rojo brillante de su ropa que mantiene un hilo conductor en la filmografía de Del Toro.

Esta bestialización del ser humano está perfectamente sostenida por una grandiosa Cate Blanchett que en cada cuadro se convierte en una fina postal del cine clásico, y de la mejor versión de Bradley Cooper que, sin forzarse esta vez, logra ser una auténtica semblanza de los actores de la época dorada de Hollywood.

La madurez de Guillermo del Toro como cineasta es cada vez más evidente a través vez de su forma de narrar la brutalidad, el erotismo y la sexualidad del hombre adulto deslindándose cada tanto de sus temas recurrentes sin dejar de lado los guiños hacia su propio universo, sean explícitos (“El espinazo del diablo”, “El laberinto del fauno”, “La cumbre escarlata”) o implícitos (“La forma del agua”), así como a las películas que lo han formado (“Freaks”).

Y es en la oscura brutalidad de su final de pesimismo imperante cuando sale a la luz que no hay nada más peligroso que un mentiroso que cree en sí mismo y no importa que tan monstruosos seamos, siempre habrá una bestia mayor a nosotros.

Esta nueva versión de “Nightmare Alley” utiliza a la película de 1947 más como referencia que como base para centrarse en ser una adaptación de la novela y no un remake. Merecedora de más de un solo visionado y, de preferencia, en blanco y negro.

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