La Séptima Pantalla

Noche de fuego, primer largometraje de ficción de Tatiana Huezo.

Noche de Fuego (Prayers For the Stolen, México, 2021) primer largometraje de ficción de la reconocida documentalista Tatiana Huezo, producido por Nicolás Celis, quien destacó por su trabajo en Roma (Alfonso Cuarón, México, 2018). La película es protagonizada por Ana Cristina Ordónez González (Ana niña) y Mayra Membreño (Ana adolescente) y la actriz Mayra Batalla (Rita, madre de Ana), que además tiene el mérito de haber guiado al grupo de niñas actrices naturales que aparecen a cuadro. Este film participó en la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes y obtuvo la Mención Especial del Jurado, además de la ovación del público, durante diez minutos, el pasado 15 de julio de este año.

El guión escrito por Huezo está basado en la novela Prayers for the stolen (Ladydi, 2014) de la poeta y novelista norteamericana Jennifer Clement, avecindada desde la edad de tres años en Acapulco, Guerrero; quien llevó a cabo una investigación en ese estado, sobre la trata de personas y específicamente sobre el rapto de niñas y adolescentes con fines de explotación sexual; aunada a la indagación que llevó a cabo con las mujeres presas en el penal de Santa Martha Acatitla, en la Ciudad de México.

Tanto la película como la novela, nos muestran desde una mirada femenina, el contraste entre la belleza y la fealdad, la alegría y la tristeza, la fantasía y la realidad atemorizante. Noche de Fuego retoma un fragmento de la vida de Ladydi García Martínez, protagonista de la novela, para que mediante los ojos de Ana, conozcamos su entorno, su cotidianidad, la relación con su madre, con su padre ausente, con sus mejores amigas: Paula y María y en general con la comunidad integrada en su gran mayoría por mujeres; ya que los hombres se han marchado a Estados Unidos buscando mejores ingresos, han sido asesinados o se han integrado a las filas del narcotráfico que mantienen el dominio sobre el pueblo, la producción y tráfico de la droga y de las mujeres. Dicho contexto enmarca la historia de esas tres amigas: Ana, María y Paula, desde la infancia hasta la adolescencia, sus vínculos y las alianzas que se entretejen entre las mujeres de esa comunidad rural enclavada en una zona serrana de nuestro país, originalmente en Guerrero, pero en el caso de la película disfrutamos la belleza de un lugar llamado Neblinas en la Sierra Gorda de Querétaro.

La historia inicia con el sonido de la respiración agitada de Ana y Rita quienes después vemos están cavando apresuradamente una zanja en el patio trasero de su casa; más tarde descubriremos que ésta servirá de escondite para Ana. De esta manera Rita busca protegerla de aquello que les sucede a las jóvenes del pueblo. La narración es lineal, sencilla y ágil de principio a fin y muestra un entorno que corresponde con la realidad en la que en este mundo, el nuestro, se moverían personajes como ellas. 

Al inicio, Ana es una niña de aproximadamente 5 años que como cualquier otra vive en un mundo de fantasía, juega a leer la mente con sus amigas y entrena su oído junto a su madre para detectar el sonido de los motores de las camionetas de los narcos; pero que poco a poco va descubriendo que el mundo es un lugar hostil y difícil de sobrellevar, pues ser mujer implica peligro, aún más si se es joven y bonita. En palabras de Ladydi, protagonista de la novela, en ese lugar lo mejor que le puede ocurrir a una niña es nacer fea. Quizá por eso la mamá de María, quien nació con labio leporino, se encuentra despreocupada. Ana crece y se convierte en una adolescente con inquietudes y conductas rebeldes, que en la búsqueda de su independencia reclama a su madre que la oculte, al tiempo que sabe la razón y que paradójicamente, de eso depende la preservación de su integridad y libertad. Este film va de ser una niña o adolescente «normal» en un contexto donde lo común es la violencia y ser mujer una condena, en algunos casos, de muerte.

Las niñas crecen con sentimientos encontrados por el deseo de expresar su ser femenino y el miedo a serlo. Con el dolor de perder su cabellera, el miedo de sus madres cuando comienzan a ser seres menstruantes y la renuncia a llevar vestidos o cualquier prenda o accesorio que denote feminidad o pueda llamar la atención, por muy discreto que sea.

El film mantiene al público en constante tensión pues observamos cómo estas tres niñas está en riesgo constante de ser raptadas y violentadas por el simple hecho de tener una corporalidad que a medida que se desarrolla las convierte en seres objetivados para el disfrute de los hombres, especialmente aquellos que ejercen el dominio sobre su comunidad: los narcos y los militares. Respecto a éstos últimos Paula expresa: ¡No los miren a los ojos!, pero la cámara al igual que Ana, en un acto de rebeldía, observa a esos hombres que aparecen como seres despojados de alma y por tanto, de bondad y humanidad. Las relaciones sexo-genéricas en las que el poder se ejerce de manera simbólica se muestran en escenas como ésta.

La imagen, la música y el diseño sonoro son relevantes para contar esta historia y se integran para provocar en el público sensaciones y emociones. Los planos abiertos y a detalle funcionan como pausas visuales que evocan, con su belleza, cierta esperanza de que no todo puede estar tan mal, aunque lo esté. Los tonos verde y azul del cielo, la montaña y la vegetación junto con los colores brillantes de los insectos y serpientes que ahí habitan; contrastan con el gris de las rocas, la explotación desmedida en pos del progreso y la destrucción del entorno, espacios menos vivos que son ocupados mayormente por los varones, quizá para decirnos de manera implícita, que en ese universo se retoman las equivalencias dicotómicas opuestas; mujer-naturaleza y hombre-cultura. Específicamente, las imágenes de la naturaleza nos remiten a El lugar más pequeño (México, 2011), ópera prima documental de Tatiana Huezo en la que explora parte de sus raíces salvadoreñas y sobre todo, cómo las personas se sobreponen al dolor y la violencia que años de vivir en guerra han dejado en sus vidas.

En este universo no hay lugar para los derechos humanos, menos aún para los derechos de las mujeres y las niñas. Nos enfrentamos a un mundo adverso, misógino y cruel; en contraste, Huezo nos muestra que las mujeres adultas se fortalecen unas a otras, generan redes, se apoyan, se confían y se acompañan; las niñas por su parte, aprenden a cuidarse a sí mismas y a las otras, al tiempo, que lo que más desean es jugar, imaginar, aprender y asistir a la escuela para ser, por ejemplo, maestras. Parece que los procesos que en otros sitios nos parecen “normales”, en ese lugar se encuentran trastocados por distintas violencias: la comunitaria, la institucional, la social, la de género, la simbólica y la feminicida. Aunque esto que nos aterra se trata de una ficción, no está tan alejada de lo que nos muestra el segundo documental de esta directora: Tempestad (México, 2016, ), que aborda aspectos de nuestra realidad nacional como: el crimen organizado, el tráfico de personas y las fallas en la procuración de justicia.

Esta película retoma distintos temas, entre ellos el de la trata de personas con fines de explotación sexual y específicamente el rapto de mujeres adolescentes por parte de grupos ligados al crimen organizado como lo ha hecho antes David Pablos en su ópera prima, también basada en una novel homónima de Jorge Volpi, Las Elegidas (México, 2015). Aunque 10 años antes la periodista Lydia Cacho denunciara la existencia de una red de explotación sexual y pornografía infantil ligada al poder del Estado, en su libro Los demonios del edén. El poder que protege a la pornografía infantil (Grijalbo, 2005) y que retomara para construir el guión del documental homónimo, la también directora Alejandra Islas (México, 2007).

Lo mismo que los hombres en su rol de proveedores, las mujeres del pueblo no encuentran más opción que hacerse de medios económicos que les permitan salir de ese lugar para protegerse a ellas y a sus hijas; el rol de madre que da la vida por sus hijos e hijas queda manifiesto en la valentía que muestra Rita ante los captores que llegan a su casa un día diciéndole: venimos por la niña madre, ante lo que ella machete en mano, niega tener una hija y no la vemos desmoronarse hasta que pierde de vista la camioneta de los criminales.

Finalmente, la rebelión del pueblo, el fuego y el hartazgo ante el rapto de las jóvenes de la comunidad, puede brindar al público un momento de catarsis y quizá de esperanza de que algo cambiará. La propuesta de Tatiana Huezo nos plantea incógnitas a las que es difícil dar una respuesta, por ejemplo, ¿la rebelión del pueblo será suficiente para detener esta violencia estructural basada en una cultura misógina y feminicida que nos objetiviza a las mujeres despojándonos de nuestros derechos más esenciales como: existir y vivir libres de violencias?