Brutal crónica de una infancia vivida con miedo; atmósfera siniestra en donde los juegos tienen que ver con esconderse de narcotraficantes que se roban niñas. Tatiana Huezo en su primera ficción, crea una línea directa en temática con su trabajo documental.
Sus personajes son seres que sobreviven en entornos hostiles, vidas de niñas que comienzan y no saben por qué, pero tiene que usar pelo corto y no ver a los ojos a soldados que llegan a su comunidad.
Dividida en dos actos, Noche de fuego es narrada desde los ojos de Ana, una niña de 8 años que junto con sus dos amigas, vive una infancia incompleta, con temor de un día simplemente desaparecer.
Es la escalofriante realidad de un México en el que muchas mujeres siguen desapareciendo todos los días. La pequeña Ana no se conforma con sobrevivir, quiere ser maestra y trascender en el mundo, aunque todo parezca estar en su contra.
Es el terror de crecer en una comunidad recóndita del país, en donde el narco ha tomado el control de la vida de las personas. Los policías y militares sólo ven pasar a los delincuentes; la gente trabaja en campos de amapola y las niñas no tiene derecho a sonreír, mientras son testigos de la desaparición de sus propias vecinas.
En el segundo acto, una Ana adolescente junto con su madre, seguirán viviendo y temiendo, llevando una existencia discreta. Sin embargo, el terror llegará a sus puertas en una secuencia que encierra la esencia del film: la injusticia e impotencia de vivir y crecer con miedo es tan dura, que resulta imposible soportar la tensión generada de la protagonista.
Ganadora de una mención especial en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes, «Noche de fuego» trasciende por la firmeza de la dirección de Tatiana Huezo y la poderosa fotografía de Dariela Ludlow, pero principalmente, es relevante por darle voz a personajes desolados que buscan una salida.
No sólo es la mejor película del año, es un ejercicio fílmico que ganará fuerza con el tiempo y que funciona como un hervidero de talento histriónico inobjetable.