Los silencios que inundan los planos de Drive my car (2021) del director japonés Ryūsuke Hamaguchi, resaltan inesperadamente el desarrollo de temas como el perdón, superar una pérdida y la complejidad de la naturaleza humana, sobre todo cuando se trata de la incapacidad de entender completamente al ser amado, dentro de la relación de pareja. El silencio y el ritmo elegantemente pausado del filme, le dan un aire de melancolía esperanzadora a la que para varios críticos es la mejor película japonesa del año.
Basada en un relato corto del escritor Haruki Murakami, incluido en el libro Hombres sin mujeres (2015), Drive my car narra la historia de Kafuku (Hidetoshi Nishijima), un actor que sufre por la pérdida de su esposa e hija, mientras intenta montar una versión multilingüe de la obra Tío Vania (1899) de Antón Chéjov. Será en los largos traslados al teatro en Hiroshima, donde el protagonista establezca una curiosa relación con su chofer Misaki Watari (Tōko Miura), una hábil conductora que guarda un secreto que también le atormenta.
La introspección que ambos personajes experimentan en sus charlas dentro del carro (silencios al inicio, que poco a poco se transforman en durísimas confesiones), son los momentos más interesantes de la cinta, por la enorme carga emocional que refleja. Estamos ante dos seres quebrados, que en sus pláticas desmenuzan la experiencia y crudeza de vivir ante eventos dramáticos que no pueden controlar. Son las diversas aristas de dos vidas en el Japón contemporáneo que tocan la complejidad de vivir hoy en día, entre infidelidades, traumas y miedos, mientras el arte representa una posibilidad para resistir y superar el dolor.
Nominada a 4 premios Oscar (Mejor película, Mejor director, Mejor película Internacional y Mejor guion adaptado) y ganadora en el Festival de Cannes por mejor guion, Drive my car consiguió además el Globo de Oro a mejor película extranjera y ha sido desde su estreno, una de las consentidas de los festivales cinematográficos del mundo. En sus 179 minutos, el director Ryūsuke Hamaguchi se toma el tiempo necesario para atravesar por medio de largos planos, el viaje físico e introspectivo que experimentan los protagonistas, en el que la nostálgica fotografía de Hidetoshi Shinomiya aparece como un poderoso encuadre en sí mismo que se acerca mucho en estética y discurso al cine de Ingmar Bergman.
La película se esfuerza por llegar al fondo de los recovecos de la psique humana, donde están escondidas fantasías y culpas que en ocasiones sólo esperan una chispa para explotar. Al final, Drive my car se muestra optimista en la capacidad del ser humano para superar el dolor una vez que la catarsis se presenta. Si con Storytellers (2013), Happy Hour (2015) y Wheel of Fortune and Fantasy (2021) el realizador Hamaguchi ya había fascinado con su capacidad para diseccionar la naturaleza humana por medio del diálogo y el drama, con su último trabajo fílmico, la incertidumbre narrativa y la poética visual encantan por que se siente como algo que no se ha visto nunca. Abordar el duelo y la incomunicación en una película, por medio de un examen minucioso que enfrenta al espectador con sus propios demonios, es una tarea arriesgada, pero gratificante.