Las artes dialogan entre sí. Y el cine es quizá el arte que puede, si se lo propone, conjugar a muchas de ellas en una misma imagen. Literatura, música, danza, arquitectura y escultura, han sido utilizadas y representadas en casi cada película de la historia, sin embargo, la pintura es quizá la que está más cerca de la cinematografía.
Cine y pintura forman parte de la historia de la representación visual del hombre. Desde la época de las cavernas, la inquietud por plasmar la realidad misma en imágenes supuso un gran avance con las primeras pinturas rupestres. Más tarde, fue la búsqueda de capturar la realidad con la fotografía, hasta llegar al cine, un arte relativamente nuevo (apenas 127 años) que desde sus inicios se sintió atraído a “darle vida” y movimiento a infinidad de obras pictóricas.
Ambas disciplinas caminan de la mano y avanzan. Hay pintores que se convirtieron en directores de cine ante la rigidez del lienzo, como Fritz Lang y su expresionismo alemán o Peter Greenaway con el surrealismo orgánico. El cine ofrece la posibilidad de mover la cámara para generar emociones, mientras que en la pintura lo que destaca es la perspectiva y el trazo del artista. Cine y pintura tienen en común un elemento de gran importancia: la luz. Se podría decir que un director de cine “pinta” con la luz; encuadra y juega con la iluminación. En el arte pictórico, el artista buscará con su trazo y la combinación del color, darle agilidad y sensación de movimiento a su obra.
Una película se construye a partir de imágenes, y los humanos llevan miles de años generando imágenes pictóricas, por lo que resulta natural que el cine se rinda ante el arte que le precede y de forma natural, se fundan y evolucionen juntos.
Son varias las formas en las que la pintura está presente en el cine: como referente iconográfico en el cine histórico, como base del argumento de la película, como apoyo estético en la creación de un universo, o bien, puede aparecer una pintura dentro de la diégesis que se presenta en pantalla.
Así, la representación fílmica de “La última cena” (1495) de Leonardo Da Vinci, aparece de forma inesperada en “’Puro vicio” (2014) de Paul Thomas Anderson y en “Viridana” (1961) de Luis Buñuel. Mientras que en la primera se cambia a Jesús y los apóstoles por un montón de hippies despeinados que comen pizza, en el encuadre de los vagabundos de Buñuel, la simetría del plano y el contraste de la fotografía del elegante blanco y negro, son de una belleza irrepetible.
La directora Sofia Coppola en el desparpajo visual que representa “María Antonieta” (2006), prácticamente “calca” en un breve plano el cuadro “Napoleón cruzando los Alpes” (1801) de Jacques-Louis David. El poder y fuerza del personaje, queda claro en ambas obras, en una icónica imagen del poderío militar.
El primer plano de “Lost in Translation” (2003), es el homenaje de Coppola al cuadro “Jutta” (1973) de John Kacere, una erótica y tierna mirada a la figura femenina.
El danés Lars von Trier hace lo propio en su ambiciosa película ‘Nymphomaniac’ (2013), reproduciendo ‘The Dying Artist’ (1901) del pintor polaco Zygmunt Andrychiewicz. La sordidez del cuarto mientras los personajes interactúan, choca de forma irremediable con la calidez que irradia la luz y los tonos claros. La “Ophelia” (1851) del pintor John Everett Millais, la utiliza von Trier en la apocalíptica y depresiva “Melancolía” (2011). Los tonos verdes de las plantas acuáticas encierran al personaje al centro del encuadre, provocando un punto de fuga hipnótico en los ojos de Kristen Dunst.
“La columna rota” (1944) de Frida Kahlo, uno de los muchos autorretratos de la autora, con su surrealismo colorido e introspectivo, fue la inspiración para uno de los vestuarios de Milla Jovovich en la locura distópica que fue “El quinto elemento” (1997) de Luc Besson. El blanco enrejado del atuendo funciona como el reflejo de un personaje valiente que está a punto de explotar en su afán de liberarse de ataduras físicas y (en el caso de Kahlo) psicológicas.
Pero si hay una película que es bellamente pictórica en todas sus secuencias es “Barry Lyndon” (1975) del director Stanley Kubrick, quien entrega la cinta como una sucesión de pinturas del siglo XVIII mientras narra las andanzas de Barry, un prófugo y trepador social enamorado de su prima. Los cuadros “Malvern Hall, Warwickshire” (1809) de John Constable y “La orgía” (1735) de William Hogarth, son sólo un par de ejemplos de la proeza visual que Kubrick buscó emular en su drama histórico. La fotografía de la película resalta por el manejo de la luz y el uso de planos fijos que asemejan en mucho a las pinturas de un museo.
Las relaciones cine y pintura son amplias y cautivadoras. La belleza de los elementos que el artista encierra dentro del lienzo y el encuadre, eventualmente revientan ante los ojos del espectador, ya sea en una galería o en una sala de cine. El gran cinefotógrafo ganador de 3 premios Oscar, Vittorio Storaro (“Apocalipsis ahora”, 1979, “El último emperador”, 1987), ha dicho que para él conocer la técnica fotográfica no es suficiente; explica que todas las artes forman parte de la cinematografía, siendo prioritaria la pintura de los grandes maestros de la iluminación: Rembrant, Vermeer y Caravaggio.
Esos nombres, se fusionan con los de Lynch, Gilliam, Tarkovsky y Pasolini (entre muchos otros), en el manejo de encuadres, sombras, el uso de la luz y la utilización de espacios y colores como elementos emocionales que buscan generar sensaciones profundas en quien se expone al arte, ya sea pictórico o cinematográfico. Cada artista es capaz de adueñarse del mundo y encumbrarlo por medio de su trabajo.
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